Hoy compartimos con vosotros la última reseña de José Antonio Olmedo López-Amor. Disfrutadla.
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Título: Días de ruta
Autor:
Vicente Muñoz Álvarez
Editorial:
Lupercalia
Género:
Poesía
Número
de páginas: 179
Fecha
de publicación: Marzo de 2014
ISBN:
978-84-941639-5-1
Titular:
Ediciones
Lupercalia publica en el número VII
de su colección “Leviathán” Días de ruta,
el nuevo poemario de Vicente Muñoz Álvarez.
Por: José Antonio Olmedo López-Amor
Reseña:
Inquietante,
atípico, sombrío. Calificativos tan precisos son los que describen el octavo
poemario de Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966), un poeta, narrador y editor
español que es ya -merced a su bagaje- un ilustre letraherido. ¿Por qué inquietante? Pues por ejemplo, por su inicial
y arriesgada , o su capacidad para exorcizar
demonios con su propia medicina. ¿Por qué atípico? Por ejemplo también, por su
larga extensión si lo comparamos con la tónica dominante de los poemarios
actuales, o por su extremado acierto en utilizar la prosa como herramienta de
irrupción narrativa. Y ¿por qué sombrío? Porque como ya hiciera en una de sus
anteriores novelas Mi vida en la penumbra
(Eclipsados, 2008), aquí Muñoz Álvarez describe
una vida tornasolada por las luces y las sombras de un existencialismo cainita
que provoca una diáspora de mitos en aquel que lo padece.
Ya
en sus primeros poemarios: Buscando la
luz (Vinalia bolsillo, 1998) y Canciones
de la gran deriva (Ateneo obrero de Gijón, 1999 y reeditado por Origami,
2012), se aprecia cierto desencanto y desencuentro entre la vida del hombre y
del artista en relación con el mundo que lo rodea. De esas diferencias
irreconciliables nacen, en la mirada del poeta, angustia, critica, reflexión y
duda, como articulaciones de un ensamble mucho más complejo y sombrío; los
poemas de este libro, tienen la capacidad de trascender los signos y transmitir
estados vitales y texturas, además de llevar de la mano al lector en su periplo
y sorprenderlo constantemente.
La
sugerente fotografía en blanco y negro escogida para ilustrar la cubierta del
libro, es un magnífico trabajo de la fotógrafa creativa Julia D. Velázquez,
quien ha sabido, con una maestría impactante, sintetizar toda la atmósfera y
singularidad de esta obra en una imagen de lo más sugerente; la artista
madrileña utiliza un viejo automóvil de carrocería desgastada por los años y
las lluvias para representar el leit
motiv de este road-book en toda
regla. Ese vehículo es la metáfora perfecta, ya que encarna físicamente el
carácter nómada del yo lírico, toda su dimensión, al ser viejo, gris y en
movimiento. Pero además, Julia encuadra el automóvil de manera que subraya la
importancia del maletero (equipaje) y de lo reflejado en la luna trasera
(edificios y cielo), todo un acierto que da buena cuenta de la talla plástica y
comunicadora de la autora. Julia ya trabajó con la poeta Dolors Alberola
(Valencia, 1952), elaborando la cubierta de uno de sus libros Todos los trenes mueren en línea recta
(Origami, 2012), trabajo donde ya demostró toda su valía como ilustradora.
Como
ya hicieran Castaneda, Kerouac o Thoreau, -autores que el propio Vicente cita
al principio del poemario-, el poeta pretende experimentar la vida en la
naturaleza, pero para ello, -y a diferencia de ellos- escoge como escenario la
naturaleza mundana de su acontecer diario, algo que lo obliga a estructurar el
poemario en cuatro grandes partes; las correspondientes a las estaciones del
año, las cuatro campañas de ventas que utiliza un hastiado representante de
zapatos, el protagonista del poemario, para ganarse la vida.
Algo
de estos tres grandes escritores ha conseguido imprimir Muñoz Álvarez en sus
versos: la riqueza del mundo interior de Castaneda, la rebeldía del autor de Desobediencia civil (conferencia que fue
publicada en 1848), o la pasión y el asombro itinerante de Kerouac, intrépido
por las montañas escribiendo sus haikus. El eclecticismo de Muñoz Álvarez
recoge lo mejor de cada uno, quizá más influenciado por éste último, para
contarnos la historia de una vida sumida en la frenética inercia de una huida a
ninguna parte, un recorrido por el cuaderno de bitácora de un trashumante.
Algunos
de los aspectos más interesantes del libro son: la ausencia de letras
mayúsculas al comienzo de los textos, y la ausencia también, de comas, durante
los poemas en verso, así como de los puntos ortográficos al final de los
mismos. Esta técnica, ya utilizada -por ejemplo, en libros de haiku- dota al
conjunto de un continuum que trata de
encajar su heterogeneidad a la vez que intenta potenciar las elipses
incentivando al lector a interpretar el ritmo y las pausas. Sorprende también
la disposición de las palabras en los versos, casi siempre breves, hábilmente
espaciadas, distribuidas en el centro de la página y formando -en ocasiones-
velados caligramas.
Como
también sorprende que -al menos- una vez en cada bloque, encontremos cortos
poemas que tratan de emular al Senryú japonés, pero con ligeros cambios en su
métrica.
Muñoz
Álvarez va aglutinando azotes de lucidez en su discurso, de manera que no
permite surgir el aburrimiento en el lector en ningún momento de la lectura.
Asoma entre sus versos una gran influencia de cultura audiovisual, con
referencias constantes a obras cinematográficas de la historia, así como guiños
a sucesos muy comentados de nuestra realidad contemporánea. El poeta, para bien
o para mal, posee el mismo defecto o virtud que poseyó en su día el gran poeta
Gerardo Diego, y es que, cualquier cosa que sucede en su vida, cualquier
pensamiento, cualquier sensación, es presumible de convertirse en poesía, y eso
explica -entre otras cosas-, la relativamente vasta bibliografía del autor, no
solo en poesía, sino también en novela o ensayo.
Son
muchas las virtudes de este libro, cosa que se encarga de ensalzar el poeta
Gsús Bonilla (Badajoz, 1971) -finalista del premio nacional de poesía 2011- en
el prólogo; unas páginas, donde además de elogiar la obra de Muñoz Álvarez,
hace lo propio con su trayectoria y figura, nombrándolo disidente de las
corrientes literarias modernas, algo -a mi parecer- que ambos comparten. Y no
hace mal, Bonilla, en defender a capa y espada a un autor íntegro, trabajador y
sincero, como es Vicente Muñoz, un escribidor que ha ido demostrando -en
silencio- su talento durante dos décadas.
Muñoz
Álvarez, al que han vinculado desde sus inicios al grupo de poesía de la
conciencia, encuentra en la palabra, la calidez restauradora de un bálsamo, la
seguridad que otorga poseer un arma homicida y la esperanza que inspira conocer
el subterfugio o camino que puede transitar la mente humana, bien para
protegerse de un mundo hostil, o para tratar de conocerse a sí mismo. Que estos
versos del poema titulado Mar adentro,
contenido en el libro, sirvan para reafirmar mis impresiones, así como para incitar
al buen lector a descubrir a un demiurgo de estilema tan surtido como la propia
vida:
Mar adentro
esta
corriente
mar
adentro
mi
lucha
lo
que arde
al
fondo
de
mi corazón
esta
deriva
mi
naufragio
mi
angustia
lo
que nadie
más
que yo
puede
contar
mi
apuesta
suicida
por
la literatura
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Vicente Muñoz |
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